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Hablarás tanto como un murmurador arroyo de molino, si tú quieres. ¡Tienes suficiente talento para eso, estoy segura!

—A vuestras órdenes, madre, —respondió la figura.

—Eso ha estado muy bien dicho, tesoro mío, respondió Mamá Rigby. —Entonces, habla como se te ocurra y no te preocupes. Encontrarás un centenar de frases hechas y quinientas personas que las aprovechan. Y ahora, querido mío, me he tomado tanto trabajo por ti, y eres tan hermoso que, a fe mía, te amo más que a cualquier otro muñeco de brujería en todo el mundo; y los he hecho de todas clases: de yeso, de cera, de paja, de palos, de niebla nocturna, rocío de la mañana, espuma del mar y humo de las chimeneas. Pero tú eres el mejor de todos. Así, atiende a lo que voy a decirte.

—¡Sí, bondadosa madre, —dijo la figura;— con todo el corazón!

—¡Con todo el corazón!— exclamó la bruja, dejando caer las manos sobre los costados y riendo estrepitosamente. —Tienes una linda manera de expresarte. ¡Con todo el corazón! ¡Y pusiste la mano sobre el lado izquierdo de tu chaleco, como si realmente tuvieras corazón!—

De excelente humor por su fantástica invención, Mamá Rigby dijo al espantajo que debía ir a representar su papel en el gran mundo, donde ni un hombre entre ciento, aseguraba ella, estaba dotado de esencia más refinada que su propia creación. Y para que pudiera mantener muy alta