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Cuentos Clásicos del Norte

antes una brasa enrojecida sobre el tabaco. Mamá Rigby aspiró una larga bocanada y la exhaló después hacia el rayo de luz matinal que luchaba por atravesar las empolvadas vidrieras de la ventana de su cabana. Gustábale saborear su pipa con una brasa del fuego de la chimenea de donde había sido arrancado. Pero no puedo decir donde estaba tal chimenea, ni quien aportaba el fuego, salvo aquel invisible mensajero que parecía responder al nombre de Dickon.

"Este muñeco," pensaba Mamá Rigby, con los ojos fijos en el espantajo, "es trabajo demasiado artístico para dejarlo todo el verano en un campo de maíz espantando a los cuervos y a los mirlos. Es capaz de algo mejor. ¡Vaya que he danzado muchas veces con figuras más ridículas, cuando escaseaban las parejas en nuestras reuniones de hechicería en los bosques! ¿Qué sucederá si le dejo buscarse la vida entre los demás hombres de paja y gente vacía que andan alborotando por el mundo?"

La vieja bruja aspiró tres o cuatro bocanadas de humo de su pipa y sonrió.

"¡Encontrará una multitud de semejantes en cada esquina!" continuó. "Bien; no intento meterme hoy en brujerías, más allá de lo que dure mi pipa; pero soy maga y lo seré y de nada sirve querer disimularlo. ¡Haré un hombre de mi espantajo, siquiera sea por el placer de pegar un petardo!"

Mientras murmuraba estas palabras. Mamá Rigby retiró la pipa de su boca y la arrojó en la