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Cuentos Clásicos del Norte

deroga. Muchos domésticos de la casa provincial habían percibido una torva faz que les observaba, en el crepúsculo matutino o vespertino o en la obscuridad de la noche, mientras avivaban el fuego que chisporroteaba abajo en el hogar; pero, si alguno era suficientemente intrépido para acercar una antorcha al lienzo, aparecía éste tan negro e indescifrable como siempre. El habitante más anciano de Boston recordaba que su padre —en cuyos días el retrato no se había borrado aún del todo— consiguió mirarlo una vez; pero nunca permitió que le interrogaran acerca del rostro que estaba allí representado. En relación con estas historias era curioso observar que sobre la parte superior del marco había algunos pedazos destrozados de seda negra, indicando que un velo había cubierto el retrato hasta que la pátina de los años lo ocultó por completo a las miradas. Pero, después de todo, la parte más original del asunto consistía en que tantos pomposos gobernadores de Massachusetts, hubieran permitido que el ennegrecido cuadro permaneciera en el salón de estado de la casa provincial.

—Algunas de estas historias son terribles en realidad, —observó Alice Vane, que se había estremecido a veces y sonreído otras, mientras su primo las relataba. —Casi sería mejor arrancar el negro lienzo, puesto que la pintura original nunca será tan formidable como aquellas que forja la fantasía.

—Pero, ¿sería posible —preguntó su primo,— devolver a esta obscura tela sus prístinos colores?