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Leyendas de la Casa Provincial

con marcada expresión en el semblante impasible de su abuelo. —He tardado demasiado en hacer los honores a los invitados que nos abandonan. El próximo que se retire recibirá la cortesía debida.—

Un salvaje e imponente estallido de la música dejóse escuchar en este momento a través de la puerta abierta. Parecía que la procesión, que había llenado sus filas gradualmente, estuviera a punto de proseguir, y que aquel vibrante alarido de las sollozantes trompetas y el resonar de los ensordecidos atambores fuera la señal de apresurarse para algún rezagado. Las miradas se volvieron por irresistible impulso hacia Sir Wílliam, como si fuera él a quien convocaba la imponente música para asistir a los funerales de su poder desvanecido.

—¡Mirad! ¡aquí viene el último! — murmuró Miss Jóliffe, señalando con trémulo dedo la escalera.

Presentóse una figura a las miradas, conforme iba descendiendo la escalera; aunque tan sombrío estaba el lugar de donde emergió, que algunos de los espectadores imaginaron que la misma obscuridad se había moldeado súbitamente en forma humana. Descendió la figura con paso marcial e imponente; y al llegar a los peldaños inferiores, pudo verse que era la de un hombre alto, con botas, y embozado en una capa militar que cubría su rostro hasta reunirse con el ondulante borde de un sombrero galoneado. Las facciones, de consiguiente, quedaban ocultas por completo. Pero los oficiales