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Leyendas de la Casa Provincial

días; pero, sin duda, nuestro amigo el coronel ha sido uña y carne con algunos de ellos.

—Nunca vi sus rostros en vida,— dijo gravemente el coronel Jóliffe; sin embargo de que he hablado frente a frente con muchos jefes de este país, y espero aun congratular a otro antes de morir con la bendición de un anciano. Mas ahora se trata de estos personajes. Supongo que el venerable patriarca represente a Brádstreet, el último de los puritanos, gobernador allá por el año noventa, más o menos. El otro es Sir Édmund Andros, un tirano, como os lo dirá cualquier chiquillo de escuela; y de consiguiente, el pueblo le precipitó de su alto puesto para encerrarle en una prisión. Luego viene Sir Wílliam Phipps, pastor, tonelero, capitán de marina y luego gobernador. ¡Ojalá muchos de sus compatriotas se elevaran a tanta altura desde tan modesto origen! Y el último que visteis era el benigno Earl de Béllamont, que nos gobernó bajo el reinado del rey Wílliam. —Pero ¿qué significa todo esto?— interrogó Lord Percy.

—Si fuera yo un rebelde,— dijo Miss Jóliffe a media voz, —imaginaría que se ha citado a los espectros de los antiguos gobernadores para asistir a los funerales de la autoridad real en la Nueva Inglaterra.—

Varios otros personajes aparecían en la escalera. El que venía a la cabeza del grupo tenía cierta expresión preocupada, ansiosa y casi taimada; y, a despecho de su altanería, producida indudablemente por la ambición de su espíritu y por el des-