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Leyendas de la Casa Provincial

—¡Por el nombre del diablo! ¿que significa esto? — murmuró Sir Wílliam Howe, dirigiéndose a un caballero que se encontraba a su lado; —¿es acaso una procesión de los regicidas jueces de Carlos el Mártir?"

—¿Éstos,— dijo el coronel Jóliffe, rompiendo el silencio casi por primera vez aquella noche, —éstos, si interpreto bien, son los gobernadores puritanos, los jefes de la antigua y primitiva democracia de Massachusetts. Éndicott, con la bandera de la cual ha arrancado el símbolo de sumisión, y Wínthrop y Sir Henry Vane y Dúdley, Haynes, Béllingham y Léverett.

—¿Por qué tenía aquel joven una mancha de sangre en su gorguera? — preguntó Miss Jólíffe.

—Porque, años después, —respondió su abuelo,— separaba el tajo de su tronco la cabeza más hábil de toda Inglaterra, en aras de la causa de la libertad.

—¿No desea vuecencia ordenar la guardia?— musitó Lord Percy, que se había reunido con otros oficiales ingleses en torno del general. —Puede haber alguna conspiración bajo toda esta mojiganga.

—¡Psh! No tenemos nada que temer, —replicó indolentemente Sir Wílliam Howe. —No puede haber traición en este asunto, sino una simple farsa, y ésta es de las más insulsas. Y aun cuando fuera hiriente y amarga, reírnos de ella sería la mejor diplomacia. Mirad, aquí viene un poco más de esta gentuza.—