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Cuentos Clásicos del Norte

cosiendo, charlando y riendo mientras lanzaban de vez en cuando alguna indolente mirada a los balcones. Descendiendo de allí, entramos nuevamente en la cantina, donde el viejo caballero arriba mencionado, cuyo chasquido de labios decía tan favorablemente de los buenos licores de Mr. Waite, continuaba todavía regodeándose en su sillón. Aparentaba ser algún huésped o visitante ordinario de la casa, que tenía cuenta abierta en la cantina, su silla de verano cerca de la ventana abierta y su conocido rincón de invierno al lado del fuego. Como era de aspecto sociable, me aventuré a dirigirme a él con una observación calculada para despertar reminiscencias históricas, si por acaso existían en su mente; y complacióme mucho descubrir que, entre recuerdos propios y tradiciones, el viejo caballero conocía en realidad historias muy divertidas acerca de la casa provincial. La parte más interesante de su conversación esbozó las líneas principales de la siguiente leyenda. Aseguraba tenerla por referencias de un testigo ocular; pero la derivación natural, unida al lapso de tiempo transcurrido, debe haber dejado gran oportunidad para diferencias en la narración; de manera que, desesperando de obtener verdad literal y absoluta, no he tenido escrúpulo alguno en hacer los cambios más conducentes para delectación y beneficio del lector.

En una de las recepciones dadas en la casa provincial, durante el último período del sitio de Boston, tuvo lugar un incidente que jamás ha