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Cuentos Clásicos del Norte

da de ordinario por la clientela de los habitantes acomodados de la ciudad, y de los gentileshombres rurales de la antigua escuela. Las habitaciones, vastas probablemente en otro tiempo, están divididas en secciones que se subdividen en pequeños cuartuchos, que ofrecen apenas el espacio necesario para el angosto lecho, silla y mesa tocador de un solo ocupante. A pesar de todo, la gran escalera puede calificarse sin hipérbole una ostentación de grandeza y magnificencia. Sube en espiral por el centro de la casa, en series de anchos peldaños, que terminan en un vestíbulo cuadrado, desde donde continúa la ascensión hasta la cúpula. Una barandilla cincelada, pintada de nuevo en los pisos inferiores, pero que va volviéndose más sucia y desteñida conforme se asciende, bordea la escalinata de arriba abajo con lindas columnas primorosamente labradas y entrelazadas. Las botas militares y quizá los anchos zapatones de algunos gobernadores gotosos hollaron esta escalera cuando los habitantes de la casa subían a la cúpula, que tan vasto panorama ofrecía sobre su metrópoli y sobre toda la comarca circunvecina. La cúpula es un recinto octógono con varias ventanas y una puerta que abre sobre el techo. Desde este mismo sitio, según me complacía yo en imaginar, pudo Gage contemplar, a menos que alguna de las tres montañas se lo impidiese, su desastrosa batalla de Búnker Hill; y Howe apercibió quizá la aproximación del ejercito sitiador de Wáshington, aunque los edificios construídos después en los alrededores han ocultado casi todo el paisaje, salvo el campa-