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Cuentos Clásicos del Norte

cabeza de Hipócrates fruncía el ceño y decía: "¡Detente!"

Tal era el estudio del doctor Héidegger. En la tarde de estío a que se reñere nuestra historia, había una pequeña mesa redonda, negra como el ébano, en el centro de la habitación, sosteniendo un ánfora de cristal cortado, de bella forma y delicado trabajo. Los rayos del sol penetraban a través de la ventana, entre los pesados festones de dos cortinas de damasco descolorido, y caían discretamente sobre el ánfora; de manera que un suave resplandor se reflejaba en los cenicientos rostros de los cinco viejos reunidos en torno. También había cuatro copas de champaña sobre la mesa.

—Mis antiguos y queridos amigos,— repitió el doctor Héidegger, —¿puedo confiar en vuestra cooperación para realizar un experimento extremadamente singular?—

Hay que advertir que el doctor Héidegger era un viejo caballero muy original, cuyas excentricidades habían llegado a ser la base de mil fantásticas historias. Es posible que algunas de estas invenciones, dicho sea para vergüenza mía, puedan remontarse hasta mi propia y verídica persona; de modo que, si algunos pasajes de este cuento chocan con la credulidad del lector, soportaré gustosamente el estigma de novelero.

Cuando los cuatro visitantes oyeron hablar al doctor de su famoso experimento, no imaginaron maravilla mayor que la muerte de un ratón por medio de alguna bomba neumática, el examen de