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Cuentos Clásicos del Norte

figura más noble quizá, pero siempre contrahecha, un cazador indio con penacho de plumas y cinturón de conchas. Muchos personajes de esta bizarra compañía llevaban gorros de bufones y pequeños cascabeles pendientes de su atavío, que vibraban con sones argentinos en armonía con la música inaudita de su espíritu jovial. Algunos mancebos y doncellas ofrecían aspecto más serio, pero mantenían bien su puesto, sin embargo, en medio de la heterogénea multitud, por el arrobamiento exaltado que se revelaba en sus facciones. Todos estos personajes eran los colonos de Merry Mount solazándose en la vasta sonrisa del sol poniente alrededor de su venerado May-pole.

Si algún paseante extraviado en la melancólica selva hubiera oído este regocijo y lanzado una furtiva y quizá medrosa mirada al espectáculo, habría juzgado que era el séquito de Como, convertidos ya en brutos algunos de sus personajes, otros a media transformación entre el hombre y la bestia, y embriagados otros en el torrente de enloquecedora alegría que precedía al cambio. Entretanto, una banda de puritanos, que, invisible, espiaba la escena, asimilaba la mascarada a los espíritus diabólicos y corrompidos con los cuales poblaba su superstición el negro caos.

Dentro del círculo de monstruos se destacaban dos figuras tan aéreas que hacían pensar que jamás hubieran hollado piso más sólido que nubes de púrpura y doradas. La una era un mancebo de resplandecientes vestiduras, con una banda semejando el arco iris que le cruzaba sobre el pecho.