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Cuentos Clásicos del Norte

redoble del tambor de los opresores. Lanzaron una triunfante y reverente exclamación, y aguardaron la liberación de la Nueva Inglaterra.

El gobernador y los caballeros de su bando, al darse cuenta de su inesperada detención, avanzaron rápidamente como si quisieran lanzar sus atemorizados y palpitantes corceles contra la blanca aparición. El anciano, sin embargo, no retrocedió un paso; y recorriendo con mirada austera el grupo que le rodeaba a medias, la fijó al cabo severamente en Sir Édmund Andros. Podría haberse creído que el sombrío anciano era el jefe allí, y que el gobernador y el consejo, con todos los soldados que les acompañaban, representando todo el poder y la autoridad real, no tenían más recurso que obedecer.

—¿Qué hace aquí este viejo?— gritó Édward Rándolph ferozmente. —¡Adelante, Sir Édmund! Haced avanzar a los soldados y no dejéis a este viejo chocho más alternativa que la que dais a toda la nación: ¡hacerse a un lado o ser pisoteados!

—Vamos, vamos, mostremos algún respeto al buen patriarca, —dijo riendo Búllivant.—¿No veis que es algún antiguo dignatario que ha estado durmiendo estos treinta años y no sabe nada de los cambios ocurridos? ¡Sin duda piensa echarnos abajo con alguna proclama en nombre del viejo Noll![1]

—¿Estáis loco, anciano? —preguntó Sir Édmund Andros en tono rudo e incisivo. —¿Cómo os


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  1. Apodo dado comúnmente a Óliver Crómwell.—La Redacción