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El Anciano Campeón

tud que afluía por diversas avenidas se reunió en King Street, lugar destinado, casi una centuria más tarde, a ser el escenario de otro encuentro entre las tropas de Inglaterra y el pueblo en lucha contra su tiranía. Aun cuando habían transcurrido más de sesenta años desde el arribo de los primeros peregrinos, esta multitud formada por sus descendientes mostraba todavía los rasgos enérgicos y sombríos de su carácter, más notables quizá en esta ruda emergencia que en ocasiones más felices. Notábase el rostro grave, el porte generalmente severo, la expresión firme aunque melancólica, la bíblica forma de elocución y la confianza en las bendiciones del cielo por la justicia de su causa, que distinguía a cualquier grupo de los primitívos puritanos cuando se veían amenazados de algún peligro en su aislamiento. En realidad, no era tiempo aún de que se extinguiera el antiguo espíritu, pues que se encontraban aquel día en la calle muchos hombres de aquellos que adoraban en los bosques al Dios por quien sufrían el destierro, mientras no pudieron erigir un edificio apropiado para rendirle culto. Había también viejos soldados del parlamento que sonreían espantosamente al pensamiento de que sus antiguas armas fueran aun hábiles para descargar otro golpe a la casa de los Estuardos. Figuraban asimismo veteranos de la guerra del rey Felipe, de aquellos que quemaban ciudades y asesinaban jóvenes y viejos con ferocidad religiosa mientras las piadosas almas del lugar les ayudaban con sus plegarias. Varios ministros veíanse esparcidos entre la muchedumbre, que les