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Cuentos Clásicos del Norte

como era, encontraba gran dificultad para mantener su posición: unas veces se escurría por un lado, otras por el otro, cayendo algunas con tal violencia sobre el huesudo lomo del animal que temía verdaderamente quedar partido en dos mitades.

Un claro entre los árboles reanimó su valor infundiéndole la esperanza de que el puente de la iglesia se hallara cercano. El reflejo vacilante de una plateada estrella en el fondo del arroyo le hizo ver que no se había engañado. Pudo divisar los muros de la iglesia brillando confusamente en lontananza entre los árboles. Recordando el sitio donde desapareció el espectro competidor de Brom Bones: "Si logro alcanzar el puente estoy en salvo,"[1] pensó Íchabod. Justamente en aquel momento oyó muy cerca tras de sí al negro corcel resoplando y jadeante; hasta se figuró sentir su aliento ardoroso. Otro talonazo convulsivo en las costillas y el viejo Gunpowder se lanzó sobre el puente; pasó como un torbellino sobre las tablas resonantes; llegó al lado opuesto; y entonces Íchabod se atrevió a mirar hacia atrás para corroborar si, de acuerdo con la regla, su perseguidor se había desvanecido en una llamarada de fuego y azufre.

En este preciso instante vió que el aparecido, levantándose sobre los estribos, se disponía a arrojar su cabeza contra él. Íchabod trató de evadir el siniestro proyectil, pero demasiado tarde. Tropezó con su cráneo en tremendo estallido; dió un vuelco el maestro de cabeza contra el polvo,


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  1. Existía la supersticiosa creencia que los brujos no podían atravesar un arroyo.