la víctima, la espantosa posición en que se había incrustado. Procurad ahora colocar vuestros dedos al mismo tiempo en las respectivas impresiones que aparecen.—
Procuré en vano hacer lo que me indicaba.
—Quizá no ensayamos convenientemente este punto, —insistió mi amigo.— El papel está extendido en una superficie plana y la garganta humana es cilíndrica. He aquí un trozo de madera cuya circunferencia es más o menos igual a la del cuello. Envolved allí el dibujo y ensayad de nuevo.—
Hice como me decía; pero la dificultad era todavía mayor que antes.
—¡Esto, —exclamé,— no es la huella de una mano humana!
—Leed ahora este pasaje de Cuvier,— replicó Dupín.
Contenía una relación minuciosa y la descripción anatómica general del gran orangután leonado de las islas de las Indias Orientales. La gigantesca estatura, la fuerza y agilidad prodigiosas, la ferocidad salvaje y las propensiones imitativas de este mamífero son bastante conocidas por todos. Comprendí inmediatamente todos los horrores del asesinato.
—La descripción de los dedos, —dije al terminar la lectura,— corresponde exactamente a este dibujo. Es evidente que sólo un orangután, y de la especie indicada, podría haber impreso las huellas que habéis delineado. El mechón de pelo rojizo es idéntico también al color del animal descrito por Cuvier. Mas no llego a penetrar los detalles de