como se forzó la entrada, cerraron de nuevo la puerta para
impedir el paso a la multitud que se aglomeraba a pesar de lo
avanzado de la hora. La voz chillona opina el testigo que era
de un italiano. Seguramente no era de francés. No podría
afirmar que fuera voz de hombre. Podía también ser de
mujer. No conocía el italiano. No pudo distinguir las palabras,
mas por la entonación estaba convencido de que quien
hablaba era un italiano. Conocía a Madame L. y a su hija.
Había hablado con ambas a menudo. Estaba cierto de que
la voz chillona no pertenecía a ninguna de las víctimas.
Odenhéimer, restaurador. Este testigo declaró espontáneamente.
No sabiendo hablar francés, dió su testimonio por
medio de un intérprete. Es natural de Ámsterdam. Pasaba
por la casa en el momento de los alaridos. Se prolongaron
por varios minutos, quiza diez. Eran largos y agudos, muy
angustiosos. Fué uno de los que penetraron en la casa.
Corroboró el anterior testimonio en todas sus partes, menos
una. Estaba cierto de que la voz chillona era de hombre,
un francés. No pudo distinguir las palabras pronunciadas.
Eran fuertes y rápidas, desiguales, aparentemente lanzadas
entre el temor y la cólera. La voz era desapacible, no tanto
chillona como desapacible. No podría llamarse voz chillona.
La voz gruesa decía a menudo sacré" "diable," y una vez
"mon Dieu!"
Jules Mignaud, banquero, de la firma Mignaud et Fils,
rue de Loraine. Es el mayor de los Mignaud. Madame
L'Espanaye tenía algunas propiedades. Había abierto cuenta
en su casa de banca en la primavera del año... (ocho
años antes). Hacía frecuentes depósitos de pequeñas sumas.
No había girado hasta tres días antes de su muerte, que retiró
personalmente cuatro mil francos. Esta suma se pagó en oro,
y un empleado la trajo hasta la casa.
Adolphe Le Bon, empleado de Mignaud et Fils, declara
que el día en cuestión, a eso de las doce, acompañó a su residencia
a Madame L'Espanaye llevando los cuatro mil francos
en dos talegos. Cuando se abrió la puerta, aparedó Mademoiselle L., y le recibió uno de los saquillos mientras la
anciana tomaba a su cargo el otro. Entonces él se inclinó
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El Crimen de la Rue Morgue
