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Cuentos Clásicos del Norte

entonces, abriéronse suavemente los ojos de la figura que se hallaba delante de mi. "¡Aquí, entonces, en verdad!" proferí en un gran clamor. "¿Puedo acaso equivocarme? ¿lo podría jamás? ¡Éstos son los redondos, los negros y extraños ojos de mi perdido amor, de Lady, ¡oh! de Lady Ligeia!"