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Cuentos Clásicos del Norte

sensaciones en que predominaban la angustia y un excesivo terror a causa de la segunda y más extraordinaria coincidencia, tuve aún la presencia de espíritu necesaria para evitar que se excitara con cualquiera observación la sensitiva nerviosidad de mi compañero. No estaba seguro de que se hubiera apercibido de aquellos rumores, a pesar de que indudablemente mostraba extraña alteración en su conducta en los últimos minutos. Desde el sitio que ocupaba frente a mí había arrastrado su silla poco a poco hasta dar cara a la puerta de entrada de la habitación, de modo que apenas podía yo distinguir parcialmente sus facciones, aunque me parecía que sus labios temblaban como si estuviese murmurando palabras ininteligibles. Su cabeza había caído sobre el pecho; pero yo sabía que no estaba dormido, pues en una ojeada furtiva a su perfil descubrí uno de sus ojos rígidamente abierto. El movimiento de su cuerpo difería también de su manera habitual, porque se mecía de un lado a otro con ondulación suave, uniforme y constante. Notando todo esto con rapidez, reasumí la narración de Sir Láuncelot que proseguía así:

Y habiendo escapado el campeón en esta forma a la furia tremebunda del dragón, y recordando el bronceado escudo y la ruptura del encanto que allí residía, empujó el cuerpo de la fiera lejos de su paso y avanzó valerosamente sobre el plateado pavimento del castillo hasta el lugar donde estaba el escudo pendiente del muro; el cual no aguardó, en verdad, que el héroe hubiese llegado, sino que cayó espontáneamente a sus pies sobre el pavimento de plata con inmenso estruendo y horrísono sonido retumbante.