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La Ruina de la Casa de Úsher

gran profundidad exactamente debajo de la parte del edificio que correspondía a mi cuarto de dormir. Aparentemente se había usado en remotas épocas feudales como calabozo de la peor especie, y en los últimos tiempos como depósito de pólvora o cualquiera otra substancia combustible, pues parte del pavimento y todo el interior de un largo pasillo abovedado que allí conducía, estaban cuidadosamente revestidos de cobre. La puerta, de hierro macizo, estaba también protegida de manera análoga. Su enorme peso producía un chirrido en extremo áspero y discordante al girar sobre los goznes.

Después de depositar nuestra lúgubre carga sobre algunos soportes en esta mansión de horror, nos volvimos a medias hacia el ataúd todavía sin cerrar para contemplar el rostro de la ocupante. Lo primero que atrajo mi atención fué la sorprendente semejanza que existía entre la hermana y el hermano; y entonces Úsher, adivinando tal vez mis pensamientos, murmuró algunas palabras por las cuales comprendí que la muerta y él eran gemelos, y que siempre se había dejado notar entre ellos cierta simpatía de constitución apenas explicable. Nuestras miradas no se detuvieron largo tiempo sobre la difunta, porque no podíamos contemplarla sin terror. El mal que postró a Lady Mádeline en plena madurez de su juventud, dejóla, como sucede en todas las enfermedades de carácter esencialmente cataléptico, la ironía de un débil sonrosado en el seno y en el semblante, y aquella lánguida y misteriosa sonrisa, tan terrible