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Cuentos Clásicos del Norte

agitación inenarrable; y supe que lo que había vislumbrado de su persona en aquel momento sería probablemente todo lo que llegaría a conocer de la dama, en vida por lo menos.

Durante los días subsiguientes no se mencionó su nombre entre nosotros y todo aquel tiempo estuve ensayando diversos entretenimientos para aliviar la melancolía de mi amigo. Pintábamos y leíamos juntos; o escuchaba yo como en sueños las salvajes improvisaciones con que hacía hablar a su guitarra. Y al penetrar de esta manera más y más íntimamente en los repliegues de su alma, pude apreciar mejor la impotencia de mis tentativas para levantar su espíritu de la lobreguez en que se debatía; la que, como cualidad positiva inherente, se extendía a todos los objetos del universo físico y moral en incesante radiación de tinieblas.

Conservaré siempre el recuerdo de las horas solemnes que pasé a solas con el heredero de la casa de Úsher. Fracasaría si intentara dar idea exacta de la índole de los estudios y trabajos en los que me extraviaba o me conducía. Un idealismo exaltado y exageradamente inquieto arrojaba su luz sulfúrea sobre todo aquello. Sus largas improvisaciones de endechas resonarán por siempre en mis oídos. Entre otras cosas, recuerdo especialmente una extraña perversión y amplificación del aire exótico del último vals de von Wéber. De las pinturas creadas por su complicada fantasía y que se definían toque a toque en cierta vaguedad que me hacía correr escalofríos, estremeciéndome