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La Ruina de la Casa de Úsher

más natural y palpable, a la seria y larga enfermedad, y probablemente cercano fin, de una hermana tiernamente amada, su única compañera por largos años, el único y último miembro de su familia en la tierra. "Su muerte," decía con amargura que jamás olvidaré, "le dejaría (a él, desesperado y frágil) único descendiente de la antigua raza de Úsher." Mientras hablaba así, Lady Mádeline —que así se llamaba la dama—atravesó suavemente un ángulo lejano de la habitación y desapareció sin haber notado mi presencia. La miré con profunda extrañeza no desprovista de terror, y estoy todavía lejos de expresar mis verdaderos sentimientos. Una sensación de estupor me oprimía en tanto que mis ojos seguían sus huellas. Cuando al fin cerróse una puerta tras ella, mis miradas trataron instintiva y ansiosamente de escudriñar el continente de su hermano; pero había enterrado el rostro entre sus manos, y pude solamente percibir que una palidez mayor que de ordinario se extendía sobre sus enflaquecidos dedos entre los cuales brotaban lágrimas apasionadas.

La enfermedad de Lady Mádeline había burlado largo tiempo la ciencia de sus facultativos. Una apatía continua, una gradual decadencia de su constitución y frecuentes aunque pasajeras afecciones, de carácter cataléptico en su mayor parte, formaban la diagnosis habitual. Al principio luchó ella contra la fuerza del mal sin guardar cama definitivamente; pero en la noche de mi llegada a la casa sucumbió al poder destructor de la enfermedad, según me participó su hermano con