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CUENTOS

la concurrencia, porque deseaban conocer mi instalación y utilizar los libros.

¡Qué honor! —exclamé para mí solo— y con gran prisa púseme á disponerlo todo para la recepción: dí á los libros unos plumerazos por los lomos, arreglé los muebles del cuarto, coloqué una silla en frente del armario, y con un volúmen en las manos, en actitud de leer, me senté á esperar la visita anunciada.

Conducidos por mi padre llegaron á poco: todos venían serios, como si asistiesen á una ceremonia solemne, y muy lejos estaba yo de pensar que viniesen á ponerme en apuros.

Un señor —lo recuerdo todavía— que en tiempos de lucha electoral solia escribir un periódico manuscrito para leerlo en los corrillos de puerta de calle, fué quien me preguntó si tenía en mi biblioteca los autores más raros, y los demás le miraban como asombrándose de que supiese tanto aquel hombre.

—"No, señor, —contestaba yo,— V. ve que esta biblioteca empieza á formarse;