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CUENTOS

eran repetidos por la concurrencia de los patios y de la calle con unanimidad automática, pero que hacía entrar en calor sin saber uno á punto fijo la causa, hasta que, por fin, vimos sacar en hombros una gran tabla con letras doradas y colocarla encima de la puerta; y el letrero decía:

Biblioteca Avellaneda.

Rematábase con este bautismo la parte ceremoniosa de la fiesta, y cuando invitaron al pueblo á entrar, me colé el primero por entre las piernas de los que invadían la sala y me quedé inmóvil de asombro ante tal cantidad de libros, inverosímil para mis entendederas.

—"¿Y habrá quien se sepa todo esto de memoria"? —fué la pregunta que me formulé en monólogo interior, interrumpido en lo más interesante por los cohetes y la música y por la atracción de otro espectáculo, el de una manifestación colectiva por las calles, con la banda á la cabeza, derramando millares de