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CUENTOS

Un día tuvo á su alcance el contrabajo de cobre de la banda; lo abrazó con cariño y calzó como pudo la trompa de cobre en su trompa de carne, y cuando dió su formidable soplido y explotó como un cañonazo el enorme instrumento, haciendo repercutir mil veces en los cerros su eco estentóreo, Cora, entre sorprendido y gozoso, sonrió con honda complacencia, como diciendo: — "Este grito sí que me llega á la médula!" Desde entonces se propuso obtener para su exclusivo uso uno de aquellos cobres, cuyos sonidos desgarrados le sacudían el alma; saldría con él á cuestas, á vagar por los solitarios senderos del ancho valle; le arrancaría gritos capaces de despertar á los truenos de sus lechos de piedra secular; con su ayuda haría que su dolor, embotado por la idiotez, adquiriese la voz potente que le hacía falta para hacer oir al Dios de las criaturas la terrible protesta de su desamparo y su orfandad; y tal vez soplando y soplando por esos campos, volviese á