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CUENTOS

Su amo no la contrariaría, y de todas maneras, quizá él ganaba más con la vuelta á la casa de cada uno.

Como todos le creían caso perdido, le dejaron solo sus compañeros, ó le creyeron ya de regreso anticipado. Por eso la comitiva nonogasteña se encaminó tranquila, aunque no con la misma algazara de la venida, hacia los hogares y las labores abandonados. ¡Qué diablos! No trae uno la misma cara cuando viene á una fiesta que cuando se vuelve de ella, y lo último suele marchitar el humor hasta convertirle en fastidio y en ganas de provocar reyertas al primer transeunte que se pone al paso.

Así, pues, el infeliz Mauricio se quedó entregado á la casualidad y al instinto de la mula incomparable. La última noche de las fiestas estaba obscura; los caminos se perdían entre las dobles tinieblas del bosque, y ni siquiera fosforescencias caprichosas venían á dar vislumbre. ¡Y de qué había de servirle al pobre muchacho sin sentidos! La