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CUENTOS

obedecía como si sintiese pena de contrariarle. Pero en los otros grupos no le querían tanto y no hacían de él ningún caso, y por allí le dejaban solo, abandonado á su bestia y á los intermitentes pero tardíos relámpagos de su voluntad embotada.

Mauricio se perdió de vista entre las encrucijadas que forman los callejones de las fincas y de los viñedos frondosos; era un cadáver amarrado sobre la mula, y ésta vagaba, vagaba sin más dirección que la impuesta por el instinto de salvar al jinete, ya deteniéndose largas horas debajo de un tala gigantesco, como para ocultarle debajo de las ramas á la vergüenza pública, ya retirándose por la noche al abrigo de algún rancho, donde quizá la compasión ó el comedimiento se lo arrancarían de encima para ofrecerle un techo.

Pero, nada; pasaron los tres días de la fiesta de Santa Rosa, volviéronse á sus aldeas lejanas los promesantes y los forasteros y la villita se quedó de nue-