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CUENTOS

La pobre bestia tenía los ojos tristes y como enturbiados de llanto, pero era visible su contento cuando Mauricio se acostaba sobre su cuello, rodeándolo con los brazos, como si en su delirio perenne, en su aturdimiento premeditado, buscase en esas caricias un consuelo que ya no existía, ó cual si se amarrase á ella para que le salvase de un desierto ó de un bosque sin salidas ni derroteros.

Vinieron medio á despertar y solicitar su albedrío los rumores del baile donde se divertían sus compañeros de partida; picó á la mula hacia ese sitio, y ella le condujo hasta el patio de la casa, en el cual se había formado el salón; la parranda estaba en lo mejor, el entusiasmo en su punto y los muchachos se despepitaban zapateando chacareras, gatos y escondidos, y ondeándose con el movimiento arrebatador de la cueca, para la cual no admiten competencia las criollas de mi pueblo. Estallaban los vivas y se cruzaban los brindis en