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CUENTOS

didas. Si, aquellos cánticos lloraban, decían el hondo poema de esas almas ausentes, que sólo envían al mundo el eco de sus armonías, como las flores ocultas en las rajaduras de una roca inaccesible, regalan al viajero una ráfaga sutil de su perfume.

No puede escucharse esa música sin traducir el lenguaje arcano de lo que en ella vuela envuelto; la soledad, el destierro, la ansiedad de la vida, los sueños de la vigilia, las visiones de formas humanas, las voces oídas en el silencio de la noche, las revelaciones espontáneas de los sentidos, los resplandores de la lucha interna, las formas persistentes de los recuerdos de infancia, de adolescencia, de juventud, de amores muertos al nacer, de ilusiones sepultadas debajo de las bóvedas macizas, y todo el drama cuyo desenlace fué la reclusión eterna en el convento y pronto en el sepulcro: todo esto habla, gime, solloza y clama con acentos desgarradores en aquella Salve, y en aquella hora y en aquella