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CUENTOS

de graciosas colinas: como que el señor cura les había dado plena libertad para meter todo el barullo que quisiesen, ahora que llegaba la ocasión y como quien alegra á la gente.

Cuando la caravana nonogasteña asomó á la plaza del pueblo, notóse un movimiento de júbilo en todos los vecinos y forasteros que pululaban en frente de la iglesia esperando el último toque. Reventaron miles de cohetecillos regalados para la función; los muchachos de la torre hicieron exclamar en alborozadas bienvenidas á las campanas, y todos, por fin, sintieron anuncios de que las fiestas serían esta vez, como nunca, espléndidas, grandiosas... ¡Qué de proyectos y de preparativos! Pero no es hora todavía de pensar en eso, porque la misa va á empezar; ya ha entrado todo el gentío á la iglesia y sólo se siente después un profundo, un religioso silencio que dura un largo rato.

Afuera habían quedado solamente los hombres encargados de los estruendos