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CUENTOS

de un enorme nubarrón, en pleno espacio y á merced del viento. Y era esta ilusión casi una realidad, porque las nubes nos envolvían y nos hallábamos á muchas centenas de metros sobre el nivel común de la tierra, y la soledad arriba y en torno nuestro... Mi compañero era para mí un genio, un espíritu superior, un ser sobrenatural que me guiaba y me alentaba en aquel laberinto mil veces más horrible que el del Dante, pues, para que yo no tuviese miedo, ni inquietud, ni recelo algunos, empezó á cantar con una voz como de arrullo y un tanto temblorosa, unas vidalitas criollas cuyos acentos tristes ahogábanse en el seno de las nubes sin un éco, sin una respuesta, pero con el poder maravilloso de asegurarme de su compañía en la obscuridad y, al parecer, de dar alientos á las fatigadas pero nunca rendidas mulas.

Amor, soledad, desengaño, ingratitud, eran las palabras que al resonar en su canto le hacían temblar la voz; y cuan-