tra, como los reptiles alados que engendró Satanás cuando pretendió formar los ángeles luminosos.
¡Eterna ley de los contrastes! El genio tiene en la historia degeneraciones aborrecibles; el cóndor de los Andes, el ave inmortal de nuestra epopeya, tiene también en el cuervo de impotentes alas y limitado imperio su caricatura repugnante, raquítica, despreciable. El primero anuncia las colosales cumbres donde se presienten las del pensamiento que tiende á divinizarse; el segundo los bajíos pantanosos y áridos, los charcos mefíticos y los panteones repletos por el hambre y la sed; el pájaro de los Andes vuela sereno y olímpico, con su cuello casi recto é inmóvil, con mirada fija y describiendo inmensas curvas como un cometa por el éter inmensurable; el otro apenas se atreve á perder de vista la carne oculta debajo del arbusto, y mientras se cierne encima de ella, tiene movimientos irregulares y nerviosos, guiños de payaso inhábil,