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CUENTOS

de su reposo eterno, de su tierra prometida; dos letras negras grabadas en el blanco mármol indicaban apenas su nombre: M. C.— q. e. p. d .— Y nada más.

Yo también la dejé una ofrenda: mi primera lágrima de hombre y mi última ilusión de adolescente.

Y este episodio de mi vida, este poema entrevisto apenas y ya convertido en misterio insondable, fué la primera de esas mil experiencias que van acumulando en el fondo del alma, hasta el día de la partida, del último sol poniente, esa amarga cosecha de nuestro paso por la tierra y que el gran poeta llamó: lacrimae rerum.