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CUENTOS

madreselvas y los claveles, cerré mi puerta, lo mismo que hubiese cerrado las de la vida, y tendido sobre mi lecho de estudiante, lloré, lloré mucho, á torrentes, porque el alma me decía que al volver de mi viaje, aquel balcón no se abriría más, que aquellas flores habrían ido á perfumar una pobre sepultura, y en la reja por donde los claveles asomaban sus cabecitas rojas, habría un papel blanco en señal de alquiler.

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No quise á mi vuelta, después de tres meses, mirar siquiera á la ventana por temor á la terrible realidad; pero no me habían engañado las copiosas lágrimas de la partida.

Corrí al cementerio que se acuesta casi al pie de la montaña del poniente. busqué el sepulcro, lo busqué con verdadera agitación en el alma: sentía una impulsión irresistible, y por último, al fin y detrás de todos, mirando al sol poniente, una lápida nueva rodeada de una madreselva triste me señaló el sitio