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CUENTOS

treabrióse una ventana, y las tristes flores del balcón estremeciéronse como de regocijo y de esperanza.

Era el crepúsculo. La campana gigantesca de la oración bañaba el cielo y la tierra con su grave y prolongada armonía, el sol bajaba como una esfera de carbón incandescente sobre las difusas aristas de la sierra lejana, y un haz de luz rojiza coloreaba los edificios, las nubes y el cielo.

Esbelta con esbeltez de majestad, melancólica con aspecto de reina doliente, el rostro como consumido por un eterno insomnio, la mirada sin vivacidad, pero muy honda y muy sombría, los brazos sueltos y entrelazadas adelante las manos blancas y finas, erguido el cuello abrazado por una ancha cinta negra cuyos extremos perdíanse en la sombra de sus cabellos recogidos con algún abandono, una mujer, el alma de esas flores tímidas del balcón solitario, asomó lentamente, con los ojos fijos en el sol agonizante, cuyo reflejo de fuego