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CUENTOS

tivo, y por lo hondo de la impresión que dejó grabada en mi alma por mucho tiempo.

Mi vivienda de estudiante no era sino el espacio contenido por cuatro paredes y un techo, sin más abertura que la puerta de calle para la luz y para el aire. Estudiaba ante el público, medio escondido detrás de la puerta entornada, y mis horas de estudio eran la tarde y la noche.

Pero un día, de los primeros de mi vida urbana, tuve una sorpresa que me golpeó el corazón é inundó de luz desconocida mi cerebro.

Enfrente de mi única puerta veíase un balcón sencillo, pero tejido de enredaderas sutiles, entre cuyos lazos asomábanse tímidos unos claveles rojos, blancos y rosados y algunas rosas pálidas: pero las ventanas siempre cerradas hacíanme pensar en que el destino de esas flores era morir en abandono.

Crujido suave escuchóse al fin en las maderas de la morada misteriosa; en-