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iris retrataba sus colores, saleros relucientes y cristalinos; todos hallaban compradores, salvo la jaulita dorada. La mas profunda melancolía abrumaba á la pobre jaulita. Cierto es que en el almacen habia un muchacho de unos doce años, que miraba continuamente la preciosa pagoda con gran admiracion y vehemente deseo de llamarla suya. Pero aquella maravilla valía doscientos pesos, y Camilo, que era muy pobre, se contentaba con pasarle el plumero delicadamente, admirarla en secreto y devorar con ávidas miradas el portento.

La jaulita, á decir vérdad, leia en el pensamiento del pobre Camilo, que, tal es el don de todas las jaulitas doradas; pero es fuerza confesarlo, no simpatizaba con su admirador. Camilo era cojo, feo, ligeramente jorobado y su traje raido cubierto de aparentes manchas y espesa capa de polvo, no contribuía á embellecer su natural fealdad. Ademas, el ideal de la jaulita, que las jaulitas tambien tienen ideal, era un ser brillante, ágil, alegre, inquieto, como quien diría un canario saltarin, y bullicioso.

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