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luminoso aviva? No. Y por mi parte esa gloria me bastaría.

La acogida benévola que obtuvo Chinbrú, publicado en folletin, acentuó en mi la idea que desde Europa me atormentaba tiempo há, cuando mis hijitos que adoran á Andersen, devoraban ávidos las obras de la Condesa de Ségur, tan popular en Francia. Casi con envidia veia el entusiasmo con que esas inteligencias, esos corazones que eran mios, se asimilaban sentimientos é ideas que yo no les sugeria; y mas de una vez traté de cautivar á mi turno con mis narraciones, al grupo infantil.

Puedo asegurar que la emocion que se pintaba en sus semblantes trasparentes, sus aplausos y hasta su critica, halagaban dulcemente mi corazon de madre y lisongeaban mi vanidad de artista.

Cada uno de mis cuentos, que no he querido denominar ni como mi amigo Mr. Laboulaye de azules, ni como la Condesa de Ségur de rosados, lleva al frente el nombre del niño á que