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la jaulita fuera su dicha ménos completa, si aquel amigo le faltara.

Una tarde cuando ya el sol caía y la luz se apocaba en el lujoso salon, ornado con pesados cortinados, vio la bella pagoda saltar con pasmosa agilidad sobre la chimenea, en la cual permanecía inmóvil, y confiado el fiel amigo, un animal de blanco y espeso pelaje con movimientos ondulantes y encendidos ojos, que con maligna, sagacidad y erguida cola, se paseaba sin ruido entre los múltiples adornos que ostentaba la chimenea. Sintió la jaulita vago terror! Las sombras opacas de la noche entrada, envolvieron con su manto de misterio los objetos, confundiendo las formas. De repente resonó un golpe récio, agrío; algo como el crugir de cosa que se troncha. El dormido canarito despertó pavoroso y sacando su diminuta cabeza oculta bajo del ala, se estrechó palpitante contra las paredes de su jaulita.

Cuando un rayo del sol naciente puso de nuevo en relieve los objetos, la desdichada jaulita vió con profundo dolor, que su amigo de

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