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Pasan los dias, dias de ventura y de dulce paz. El canario se acostumbra á su jaulita, salta, brinca, come, desparrama pródigo el alpiste, frota el agudo pico contra las doradas barritas, baña su cuerpo delicado en los misteriosos retretes y desde que asoma el dia canta y trina alegremente! Cómo dar idea cabal de tanta dicha!

La jaulita no conocía la vida. Creía que bastaba ser feliz hoy, para serlo mañana y pasado y siempre.... No se preocupaba con amargas dudas. Amaba á su canario, se sentía amada y además tenía la dicha inapreciable de poseer otro amigo desinteresado y fiel, que desde lejos la contemplaba con ternura suma. Era éste un magnífico perro de porcelana de Delph, que servia de florero y se hallaba colocado sobre una chimenea, frente à la puerta, donde la jaulita se balanceaba noche y dia merced á un grueso alambre. Tenía aquel perro dos ojos redondos, negros, espresivos, llenos de cariño, que estaban siempre fijos en la pagoda. Crecía dia por dia la simpatia y à veces se imaginaba

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