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LEOPOLDO LUGONES

¿Como resistir al beso que merecían, sin duda, tan buen amante y tan graciosa ocurrencia?

¡Ay! Pero aquel beso provocó una catástrofe. Pues sin que supieran cómo, hete aquí que, al unirse sus labios, Naira dejó escapar de su regazo las frutas.

Al cuádruple golpe despertó la tía; y recogiendo el cuerpo del delito (afortunadamente la manzana vengativa quedaba en poder de Braulio) levantó la cabeza.

Bastaba la pintura de las frutas para revelarle todo; así es que hubo de prenderse en gran cólera.

Pero la actitud de los chicos era tan cómica, estaban verdaderamente tan necios y tan lindos, que la tía se echó a reir, diciendo:

—Vamos, Braulio, vamos. Tira la otra manzana.

¡La otra manzana! Aquí sí que se hundía toda la felicidad.

Entonces Naira tuvo una inspiración. Arrebató la fruta a su compañero, y de un mordisco se comió la injuriosa figura.

La tía, sin embargo, perdonó todo, a cambio de la verdad. Y desde entonces los chicos, pronto consumadas las bienhechoras frutas, sólo tuvieron que apresurarse a madurar sus adolescencias como sendas manzanas, para ir lo más pronto posible, bajo la tierna honestidad de la tía Miseración — mística policía de esa angelical embriaguez — a renovar la cosecha en el Paraíso...