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Una velada — 87

pueblo. ¿Será menester agregar que nadie se quedó en la sala?

En la galería se sintieron los pasos, como de una conjuración de ópera, perseguida por el salmo fúnebre.

El monje cerró el piano y se detuvo, antes de salir, junto á la gruta del Nacimiento. Allí hizo una reverencia, frotándose las manos, y exclamó con gozo: — ¿Qué tal? — Y la pregunta iba dirigida al niño Jesús, con el acento con que pudiera hacerla á un buen camarada que hubiese estado en la broma.