Página:Cuentos (Ángel de Estrada).djvu/91

Esta página ha sido corregida
Una velada — 81

estrellas á respirar el aire, que fuera de los cuartos parecía de oxígeno puro. Los faroles tendían sus luces tristes en la calle solitaria. Desvié los ojos, y vi la casa de enfrente con algo de misterioso en su apariencia. Que tiene, pensé, la tristeza de las cosas abandonadas, pensativas en la desolación, es indudable... Después me he analizado. En tiempo de preocupaciones yo no debiera fumar jamás. El veneno del humo me excita de tal modo que cualquier desagradable sensación crece en mí desmesurada. Estaba aquella noche, intoxicado y sentía la ágil y vibrante inquietud de los insomnios. Al salir á la calle, el cuento de la voz extraña me asaltó repentino, y repentino se disipó. Un instante después, la casa me parecía misteriosa, y la voz extraña volvía á enredarse en mi pensamiento. Voz sobrenatural no es, pensé, no puede ser; pero quizá sea la de un enfermo. Lo que antes, rodeado de gentes, llamaba cuento, ahora me parecía verdad indiscutible. No entrar era huir del deber, rendirse á vagos temores, cobardía: luego el mandato se imponía férreo: crúce la calle y empujé la puerta.

Patio grande, cuadrado; piso verdinoso, de ladrillo; un farol á la derecha, que después he pensado hacía noches y días que alumbraba; á la izquierda puertas y habitaciones; al frente abertura de pasadizo. Miré todo de un golpe