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los ha hecho? No han podido desaparecer tan pronto; tenían el carácter de un bien inmueble. Pero no le detengo, y no le hablo porque oigo ya una primera pregunta:

— ¿Y su hermano no ha venido?

Se oyen los versículos cantados; los clérigos con velas encendidas conducen el ataúd á la capilla.

Hé ahí el cadáver del buen pastor. Antes de morir, oró por sus culpas, pensó en los pobres y pidió le enterrasen en la tierra para no ser gravoso á su compañía. Cincuenta años de noble ministerio, civilizando entre peligros, consolando entre lágrimas; y un entierro de cinco personas, unas flores llevadas de nuestra quinta, un hoyo en el suelo... Ah! pero más allá de la sombra, la sonrisa seráfica, que se abre como una flor inmortal.

La capilla está llena de hermanas de caridad, hermanas en San Vicente, del santo viejo. Es un mar de tocas blancas, que forman una calle de gloria al muerto que pasa. Las lágrimas son para los dolores, dirán ellas, no para estas alegrías de la muerte, que solo piden á los que quedan una oración fervorosa.

Las velas del altar, alumbrando al divino Jesús que nos bendijo hace doce años, tienen moños negros, en vez de los blancos de aquel día, ¿Son un símbolo? Quizá: ¡tantas