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64 — El último canto

Cruzó entre parejas al parecer felices; entre jóvenes que iban, con el nervioso apresurado andar de los que gozan los segundos; entre fumadores enamorados en su paso grave del reposo que bajaba del cielo. De vez en cuando una puerta se abría, y en atmósfera de humo luminoso, se escuchaba el sonar de los billares; el rumor de las charlas, risas, gritos; y de todo ese movimiento nocturno en que tanto viviera se desprendía una emoción que, en angustioso símbolo, le ligaba á las nubes que huían sobre los techos inmóviles.

Dos horas más tarde, se sentaba por segunda vez frente á su atril, en el teatro.

— Siente —dijo al compañero. Tomó éste su mano, asombrado por el brillo de sus ojos.

— ¡Arde!

— La última fiebre —murmuró Frank con voz casi apagada.

Era fiesta de triunfo: el silencio con el alma de una tempestad se cernía sobre la voz de Fausto; «la Eva alemana que parece pintada por Lúcas Cranach» abría su espíritu al gentil caballero... Hay fuegos tan intensos que emblanquecen los rojos metales; hay angustias que ponen sonrisas en los labios.