Página:Cuentos (Ángel de Estrada).djvu/67

Esta página ha sido validada
57
BECQUER

cruces, los ángeles, las piedras, eran versos de la leyenda ignorada. Y una imagen de alta frente hecha para anidar fantasmas brillantes, de ojos meridionales, poblados de ensueños, con la boca plegada en un gesto de amargura, y el pelo negro y el rostro pálido, pasó delante de mi, como diciendo:

—Yo tengo la palabra del conjuro.

Oh! visionario enfermo, desconocido cuando amabas y sufrías, glorioso cuando dormías á la sombra de la cruz, inmenso por los gérmenes del mundo que te llevaste. Por tí las hojas del otoño dicen un diálogo que llora; por tí las fuentes tienen en sus entrañas ojos verdes; por tí los claros del bosque forjan fantásticas mujeres en las noches de luna; y no hay hiedra que no te nombre, y no hay ruina que no te evoque, á tí que supiste alegrarlas como un pájaro.

Así dije —y sentí placer al recordar esta estrofa:

«¿Quién, en fin, al otro día,
Cuando el sol vuelva á brillar,
De que pasé por el mundo
¿Quién se acordará?»