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BECQUER

El espíritu, angustiado por la tristeza llena de pensamientos que exhalaba el templo meditabundo, quería fundirse como una nube en la sublime serenidad del ambiente.

Una acequia de diáfano raudal, con voz acariciadora, corría serpeante, y como voz de la tarde evocaba el Angelus de los antiguos indígenas.

Nos deslizamos después al cementerio, que tenía uno de sus lados en la pared del templo.

Dos ángeles de tosca madera presidían la vegetación espontánea del recinto, y varias tumbas, como cilindros truncos, asomaban á flor de tierra.

El aire parecía inmovilizado en el misterio del silencio, y la paz descendía del color del cielo, resbalando sobre los árboles que asomaban por las tapias.

Las cruces herrumbrosas imploraban con la voz de la piedad á los hombres de fé, y á las poetas con la voz del misterio. Todas aquellas cosas pensativas, hablaban de un secreto no revelado, clamando por espíritu para vivir y ritmos para volar... ¿Quiénes eran aquellos que yacían allá en el polvo, sin un epitafio, sin un recuerdo de sus vidas, viviendo tan en la muerte?

Alcé los ojos al templo, y todo se armonizaba en una frase de tristeza misteriosa; las