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UNA EMBOSCADA

Angel de las Batallas velando el sueño del soldado.

—Huye! —gritó al último compañero— huye! pero el otro quiso tenderle la mano, y cayó herido, murmurando: —todos. El sol agonizante bañaba la escena desde un mar de púrpura. La tarde caía como plácida bendición, prometiendo el reposo de la sombra. Monteros y el soldado, con los ojos llenos de angustia, miraron una cosa que brillaba entre ambos; era el reflejo de las chapas del tambor de Eusebio.

¿Lanzaría dócil á otras manos, sus augustos silencios, sus redobles de guerra, sus dianas de victoria?

—Hiérelo! —murmuraron los labios del capitán espirante. Y aun pudo el soldado hendirlo con su bayoneta y dejarlo inútil, mientras avanzaban por el terreno las tropas del bosque.