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CUENTO DE PASCUA

rodeaban; llevarse las manos al pelo, hablar, y al oir los siseos, callarse rezongando.

El final del sermón, recordaba á un humilde muchacho, nacido en pobre aldea, que no soñó sentir sobre su frente las alas del ave simbólica de la cátedra, y pedía para el país hospitalario donde se formara, los frutos de la paz y del trabajo, la gloria... No pude oír más; el cabrero me había clavado sus ojos repletos de lágrimas.

—¡Cómo! ¿es Vd.?—Murmuró repentinamente iluminado. Comprendí lo que deseaba decir, y le respondí: — sí, yo soy.

—Y Él—exclamó—es Pepito: ¿se acuerda de Pepito? Y sin que yo hablara, me dió un abrazo, y con el sacudón la barba le bebía las lágrimas. Alguien se introdujo en medio; le oprimió brutalmente y con voz más brutal: —debe estar borracho — dijo; y él con el arranque del alma de un hombre en la voz de una fiera:—yo borracho?—gritó—soy su padre! Y le parecía imposible que se le preguntara ¿de quién?

Entonces apareció en mis labios una de esas sonrisas que son un enternecimiento del alma.