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26 — Recuerdos de un pintor

buenos, si son francos; con su turba de filisteos, con sus críticos de pega; con sus intelectuales de verdad en suplicio, martirizados por la falta de respeto... Y á poco sobre su sombra, se elevaba un vaho de incierto brillo, como si fuese su espíritu flotante.

Mi esperanza, otra vez vigorosa, restablecida en su fuerza, murmuraba: —á él; y un ruido sordo, amenazante, era su voz que se oía como un reto.


* * *

Acabé por trasladar mi domicilio al de los viejos. Fui el nieto de aquellos seres que con sus últimos calores me reconciliaban con muchas cosas de la vida. Así me aparté de todo, y en la paz de la quinta, que tenía mucho de beatitud, trabajé aguijoneado por la vieja que parecía mirar en mí, retoño floreciente del árbol carcomido de su casa.

Pasaron dos años en igual calma, interrumpida por incidentes nimios, de los cuales fué el mayor la lucha provocada por las armas de don Pedro. Puñales y pistolas, que según él eran de su juventud borrascosa, ceñía al cinto con marcial talante. Primero las usó en casa, después quiso pasearlas por las calles, y entonces la vieja se opuso con energía.

— ¿De dónde las habrá sacado? — se preguntaba