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20 — Recuerdos de un pintor

Se dirigía á otro viejo, pero lo escuchaba todo el grupo.

— Ese campo, es campo que huele á trébol, la luz se mete hasta la nuca, y á las ovejas hay que decirles: arre, arre, porque están vivas. ¡Cuántos años que no veo una madrugada de estancia! Don José, este cuadro dá alegría.

Comprendí la exageración del juicio, pero oh! bendita criada de Moliere, tú cruzaste en aquel instante por la acera. Sentí un impulso, y bajo los ojos del caballero que parecían arrojar un cobre de limosna al nuevo crítico, los transeúntes vieron que un joven se prendía de un viejo, y que la cara del viejo, sorprendida, estupefacta, preguntaba á otro viejo: ¿qué es ésto? ¿agresión ó abrazo?


* * *

Expliqué todo y nos hicimos amigos. Los ofrecimientos no fueron vanos; al otro día estaba don Pedro en casa. Volvió á la semana siguiente y acabó por ser la sombra de mi estudio. Su constante buen humor era la antítesis de mi constante esplín silencioso. Había de niño vivido en el campo, y dijérase que sus vientos le habían soplado en el espíritu, aventándole todo germen de tristeza futura. Concluyó por hacerme hablar y reír....