soldado, como un clamor de guerra envuelto en una caricia de ternura.
Ya no más tristezas ni amargos pensamientos; la fisonomía del anciano se iluminaba con una sonrisa que era una bendición de abuelo. Y la espada de hoja de lata se enredó con la suya verdadera, en el instante en que un joven abrazaba la escena con inteligentes ojos.
Ardía el fuego, templando el ambiente hasta hacerlo cariñoso. La terrible misia Pepa aun no acababa de secarse una lágrima, arrancada por el diablo del muchacho, que apren dio aquello sin ella saberlo. Y la joven decía con una sonrisa al recién llegado: —Mira. Y él, que si no era Lohengrin, iba á ser el dueño de Nina: ah! pensó: ¿no fué el animoso joven á luchar por defender hogares? ¡Feliz el buen viejo que sonríe en medio de su obra!... Su voz era la posteridad que discierne la gloria y el cariño.
Y el sol, queriendo quizá ungir su pensamiento, lanzó un nuevo rayo que hirió los vidrios, y puso una misma aureola en las cabezas del niño y del abuelo!